Fue un viaje repentino y con tan sólo dos semanas de antelación supimos que nos recibían en el puerto de Castellón y en las oficinas de un transitario. ¡Eso era para no perdérselo! Sin embargo, el precio a pagar (y no prescisamente el económico) era alto: un madrugón de cuidado, un viaje largo que a nadie le importó soportar en aras de una experiencia que todos intuíamos única y excepcional. Además, íbamos a conocer a nuestros colegas de estudios en Teruel a quienes debemos agradecer los contactos y gestiones realizadas para llevar a cabo las visitas.
La visita al puerto consistió en una charla-presentación por parte de la jefa del departamento de comercio (una chica muy mona que hizo las delicias de los muchachos de la expedición), seguida de un recorrido en autobús por los muelles, almacenes y demás instalaciones.
Tras la visita al puerto estaba prevista la recepción en las oficinas del transitario pero, cosas del destino, una repentina visita oficial se nos adelantó. Hicimos tiempo paseando por el paseo del puerto y tomándonos un refresco en una terraza ( y es que ¡hay que ver la diferencia de temperatura entre Fraga y Castellón!). Aprovechamos para comer e intercambiar impresiones con los compañeros de Teruel para más tarde volver intentar la visita al transitario. No pudo ser. Con la panza bien llena desfilamos hacia el autobús y soportamos otras tantas tres horas de viaje de vuelta.
Esto es lo que sacamos de nuestro fugaz viaje.
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